Cada libro es un amigo siempre disponible, que pacientemente espera el momento de serte útil.
Escribo esto porque, al conocer los dibujos de Francisco López Pérez que dan origen a este nuevo número de la colección Paisajes con letras, me apeteció buscan en su lugar de la estantería y releer Sobre el dibujo, la obra de John Berger, escritor y crítico de arte londinense.
Propongo a continuación algunos párrafos entresacados de su interesantísimo texto, que en mi opinión nos ayudará a entender la fuerza y magnetismo de estos apuntes de Curro López, y a su autor a no sentir la necesidad de disculparse por lo que él llama "falta de demonio artístico", que como podrán ver no es tal.
El dibujo es mucho más que una asignatura que se enseña en las escuelas de arte, o un tipo de objeto por el que los coleccionistas empezaron a interesarse en el siglo XVII; el dibujo es tan fundamental para la energía que nos hace humanos como el canto o la danza.
(...)
Antes de que evolucionara y se convirtiera en una "indagación" de lo visible, el dibujo fue una manera de dirigirse a lo ausente, de hacer que apareciera lo ausente. (...) Tengo el presentimiento de que el dibujo es una actividad manual cuyo objetivo es abolir el principio de la Desaparición.
El empuje de su compromiso con un patrimonio material e inmaterial que no debe desaparecer, y la necesidad de l autor de comunicar lo que él mismo vivió y conoció, son tan fuertes que arrollan cualquier dificultad técnica y alcanzan la destreza necesaria para testimoniar lo que se vio.
Cada una de las hojas de papel sobre la que se ha escrito y dibujado, es una carta de amor a un tiempo y un lugar, y a la vez una petición de socorro para llamar nuestra atención sobre un paisaje que hace tiempo empezamos a perder, porque faltan casi todos los que lo habitaron.
Este nuevo libro, con cuya primera lectura esperamos que disfruten, estará para siempre disponible cuando quieran volver a él, como un amigo.
MUSEO DE ALCALÁ DE GUADAÍRA
A continuación os mostramos la selección de dibujos incluidos en el ejemplar número 17 de Paisajes con letras, que tiene por título: Gandul. Paisajes de infancia, por Francisco López Pérez.
El marco de la memoria
Por la revuelta de La Corchuela podía oírse el eco de las campanas. Ya creía haber llegado.
Aproximación al aspecto de la villa de Gandul en el s. XVIII, siguiendo el Catastro de la Ensenada.
En la aldea-cortijo de Gandul se conservaba un potente rastro de cuando fue villa señorial.
En esta posada almorzó Washington Irving en 1829, cuando iba camino de Granada.
El camino, a mediados del s. XX, aún recordaba a la calle principal que había sido en el pasado.
Entre las antiguas posadas y el palacio del marqués, el camino se convertía en la calle Real.
Una de las antiguas posadas del lugar seguía teniendo gran actividad y acogía a tres familias.
Empeñado en no olvidar
Justo en el centro de la aldea estuvo la Plaza del Rey, corazón de la villa señorial.
Los poderes civiles y religiosos tuvieron su sede en La Plaza; el marqués, en la Plaza de Palacio.
La iglesia continuó abierta al culto y con capellán hasta finales de la década de 1980.
El marqués seguía convocando a los ganduleros a las celebraciones patronales
En aquella sociedad piramidal, cada uno sabía cuál era su sitio en los rosarios de octubre.
La procesión, partiendo de la antigua parroquia, hacía estación en el oratorio del palacio.
En La Plaza, dos familias vivían en la cárcel frente a la iglesia y al lado del cementerio.
En mayo, a la hora del tren, mujeres y niños subían a la iglesia a hacer el mes de María.
Tarde de invierno. Madre Josefita y tía Rosario cosen al solito en el respaldo del rincón.
Garabatos de adultos
Qué bien se lo pasaron mis hijos aquel día saltando en la tapia del cementerio para explorar.
Mañana del 6 de enero. Los Reyes colgaban los regalos en las ramas más bajas de este olivo.
Desde el carril del coche. "El coche" era exclusivamente el del marqués, los demás eran "un..."
El palacio ahora no es el mismo. La desaparición del entorno ajardinado lo descontextualiza.
El palacio estaba rodeado de hermosos jardines con elegantes palmeras. Parecían minaretes.
Una parte del Jardín de Arriba conservaba usos propios de la antigua Plaza del Palacio.
Mozas y criadas seguían cantando las coplillas de Gandul la tarde del 11 de septiembre.
Una tapia perimetral protegía la intimidad del Jardín de Abajo de las miradas exteriores.
El ventanal del comedor de los Albarracín permitía circular el aire fresco de norte a sur.
El portal de la casa del capataz era diferente, más amplio. Había bombilla eléctrica y radio.
En el lenguaje de la aldea, "la tajea" era sinónimo de lavadero público.
Trasera del molino Enmedio, en el que Washington Irvin se entrevistó con los molineros.
Antiguamente el espacio considerado urbano llegaba hasta el arroyo del Molino de Abajo.
Las interminables jornadas de la era finalizaban con el acarreo de los costales a los graneros.
En este punto se comenzaba a llamar Madre de Gandul a la rivera que nacía en el palacio.
En septiembre, la manta del verdeo iba trashumando de olivar en olivar alrededor de la aldea.
En el vagón de IIIª, cual plaza del pueblo, mercadeábamos con las últimas estraperlistas.
En otoño, los centenarios alcornoques de la Dehesa del Palmar invitaban a ir a por bellotas.
Al atardecer, la luna, sobre el cerro de San Juan, descorre el oscuro velo estrellado de la noche.
El libro que recoge estas imágenes y que viene acompañado de hermosos textos de Curro López, se terminó de imprimir en los talleres de Artes Gráficas Pinelo en los primeros días de la primavera de 2024.
Con él esperamos que Gandul esté un poco más cerca.
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